lunes, 17 de enero de 2011

Enrique-cimiento

Enrique Morente Cotelo (Granada, 25-XII-1942) daba a conocer en 1975 su disco más atrevido hasta entonces, Se hace camino al andar... (Clave 18-1342-S). Allí osaba presentar variantes personales de cantes tradicionales –tangos, seguiriyas, tientos y fandangos–, que fueron creciendo y mantienen su vigencia. Trabajaba entonces a diario en el Café de Chinitas, tablao madrileño donde conoció a un chorbo guitarrista que se comía la guitarra –es un decir– llamado José Manuel Ortega Heredia, Manzanita ([Madrid, 10-I-1956/Alhaurín de la Torre (Málaga), 6-XII-2004]). Se pusieron manos a la obra. Habla Manzanita: “Con Enrique Morente hice Se hace camino al andar. La verdad es que Enrique siempre ha sido un hombre muy innovador, muy inquieto. Él me ha enseñado mucho. Yo creo que la mayor parte de lo que soy yo me lo ha enseñado él. Me enseñó lo que era la poesía. El disco que hicimos... Yo creo que de ahí, de ahí empezamos a partir mucha gente. Todavía hoy escuchas ese disco y está actualizado, parece que está hecho ayer. Yo estoy muy contento de ese trabajo y me imagino que él también. Nos queremos muchísimo. Fue una experiencia irrepetible. Muchas veces hemos pensado en hacer otro trabajo juntos, pero las circunstancias lo han impedido”.

Avaló álbum tan esencial la firma de José Luis Ortiz Nuevo: “Camino es el arte para la libertad [...] Dominando el miedo en la humana aventura de avanzar sobre los territorios inmensos del silencio, [...] espacios estos que ahora se enriquecen con la presencia de Morente, audaz desde su creadora madurez, joven y viejo como la tradición auténtica de los que no se contentaron con repetir y repetir [...] Es capaz de demostrar que no todo está de-fi-ni-ti-va-men-te hecho.”

Manolo Sanlúcar, en la Escuela de Magisterio de la Universidad de Sevilla, abordaba en el año 1990 la figura de su compañero Enrique Morente. A Manolo Bohórquez le debemos el registro que extractamos: “En mi escala de valores está por encima de todo la condición humana. Me siento confortado al conocer a otros que, como yo, aman a la Andalucía que yo amo. Mi amigo Enrique Morente guarda a todos mis viejos en su corazón y en su mente; en él están, en él están la sabiduría y el conocimiento, en él está Andalucía. Pero una Andalucía que crece, porque se alimenta de las raíces más nobles y profundas de la tierra a la que orgullosamente pertenece. Porque mi amigo no es un cantaor. Mi amigo es un hombre que canta, que cuenta y nos habla de su condición humana. Nada es gratuito en mi amigo; ni sus gestos, ni su cante. Todo es puro, todo natural [...] La seriedad y señorío con que mi amigo vive el arte nuestro y que con tanta exquisitez y certeza compendia con solo afinarse por tarantos. Yo que he tenido la fortuna de compartir con él música y amistad he de decir que no se le puede comprender en toda su dimensión artística si no se le conoce como hombre. Enrique canta como piensa y obra como canta. No existe la dualidad en él. Es un todo que se asoma al balcón de la plaza mayor para hablarnos en voz alta de su naturaleza, y la de las gentes de su casta. [...] Nada es gratuito en Enrique; si hay que poner palabra a la música, que estas digan cosas. Enrique, que constantemente nos ha dado muestra de su compromiso social y de hombre enfrentado a las posiciones intolerantes, [...] no ha tenido que aprender a ser “demócrata de toda la vida”. Me cautiva la personalidad, integridad y hombría de este amigo que con tanta frecuencia he podido observar. Como cuando una noche en Madrid, en mi coche, yo lo acercaba a su casa. Estábamos en los momentos en que la policía política de aquel Régimen con más fogosidad acosaba las reuniones clandestinas. Paramos en un semáforo donde casualmente a pocos metros se hacía una redada. Al darnos paso el semáforo continuamos nuestro camino y, a los pocos metros, nos atajó un coche policía que se paró bruscamente delante de nosotros. Con muy mal estilo y desvergüenza, nos hicieron salir del coche. Desde donde me encontraba, y mientras le enseñaba mi documentación al policía que me increpaba, pude oír al caballerete que le tocó en suerte a Enrique gritándole la orden de que se pusiera firme. Como es natural en Enrique, lejos de obedecer a tan esperpéntica autoridad, siguió con su brazo apoyado sobre el coche. Mostrándole el desprecio debido, le dijo que él ya hacía años había terminado su servicio militar. Estas son las reacciones que hacen que un hombre ponga en práctica, demuestre y se demuestre la condición de su dignidad y estima personales. Y a mí eso me gusta. Tal vez porque el coche hubiera sido un engorro parado, aquellos señores me obligaron a irme. A Enrique se lo llevaron. No pudimos hacer un concierto que teníamos en Cádiz a los dos o tres días. [...] Hombres como Enrique son absolutamente necesarios e imprescindibles para la conservación y futuro del espíritu andaluz. [...] Desde al análisis artístico, Enrique es una catedral. No es común encontrar gentes con tanta conciencia artística. Es decir, tan conscientes de lo que hacen y del género que representan. No se limita a leer lo que otros han escrito. Su identidad le proporciona la visión y comprensión personalísima del mundo del flamenco, que no es solo una manera de hacer arte, sino una forma de sentir la vida. Y él la vive para escribir sus propias páginas, que contribuyen al enriquecimiento de nuestro arte. Enrique es un creador. Por eso pedirle que se limite a hacer de mensajero, por noble que sea esta tarea, es pedirle que se niegue a sí mismo. El entendimiento de Enrique es tan alto que ha llegado a ser su propio esclavo. Es esclavo de su condición de cantaor...”. Ni una palabra más.

Fuente: Una historia del flamenco (José Manuel Gamboa) – Editorial Espasa